martes, 9 de septiembre de 2008

TESEUS DERROTADO

Para La Amarillita
(cuando fue ofendida por ser amante del que la amaba),
porque la pureza es ficción
y la ficción es asunto de verdad

CUANDO TESEUS, caro a Posidón, alcanzó al lápita Peirítoos, éste en vez de huir lo enfrentó. Al estar cara a cara quedaron seducidos de la apostura y de la belleza del otro, porque nadie, ni Zeus El Prepotente, es fuerte para oponerse a Eros, El Hermoso Entre los Hermosos Inmortales, que penetra con su dulce fortaleza lánguida a dioses y hombres, domeña hasta los más fríos corazones y se impone sobre la prudencia, él, el nacido del Huevo Original; menos los hijos mortales de los Inmortales y los mortales mismos.
Ignorantes de su condición de gemelos, se enamoraron. Así dio inicio una doble amistad –que queda como ejemplo para los hombres de las edades venideras–, plena de emociones y de aventuras, comenzando por la cruenta guerra contra las viriles amazonas.
Hermanados por la sangre contraria derramada, y a propuesta del tesalio, decidieron no ayuntarse en lo sucesivo sino con las hijas de Zeus. Apoyados en su condición de semidivinos aspiraban a conocer los secretos de La Sicigia, La Cópula Astral, en cuyos artificios y maniobras eran avezadas, por méritos naturales, las hijas del Cronida. Al aceptar la proposición, Teseus no sabía que estaba decidiendo sobre la ventura de La Desgraciada Troya, La de Fuerte Murallas. De este modo fijaron sus deseos en Helene, La de los Cabellos Bermejos, y de Perséfone, La Bella Secuestrada. La primera contaba doce años y su hermosura ya desbordaba pasiones; en el Haides se encontraba la otra, seducida, por el grano de una granada. La suerte dispuso la una para Teseus y para Peirítoos la segunda. Helene, La Virgen, danzaba en el templo de Artemis Ortia en Esparta; apenas terminó el baile la raptaron. La condujeron en secreto a Afidna, demo del Ática.

Helene, La Resplandeciente Raptada, respondió con delicadeza y sabiduría a las caricias reposadas del héroe. Gran ejercitador de innúmeras hazañas, Teseus la requirió amablemente, incitando la euforia de ella y graduando la propia. Ora los labios besando las bocas deliciosas; de la una paladeando el espeso vino dulce de la saliva; de la otra degustando el fuerte licor que al mar evoca. Ya el tacto, ágil y delectante, cuyos dedos ordenados, como falange belicosa que se despliega con veloz armonía, asaltan y sorprenden la intacta carne enemiga, conquistando grutas ávidas. Ora los ojos, impedidos de beber lo que miraban, acechando cuanto del otro cuerpo podían besar. Ya el olfato tufeando los húmedos aromas, las fragancias de anís y almizcle que preludian el coito. Ya el oído complaciéndose con las débiles voces y los roncos gemidos, propios de los sagrados ritos de Afrodite. Cercano al paroxismo, Teseus disfrutaba un único pensamiento: conseguir ese pequeño diamante en bruto; tallarlo hasta hacer de él una fina joya, abierta a su sanguíneo esplendor. Aunque esta idea no circulaba por su cerebro, sino se derramaba por sus músculos, concentrándose y palpitando en su cetro, en el poderoso émbolo preparado para el apogeo. Supo dispuesta a Helene, La de los Senos Leves y el Ombligo Ojo del Cosmos, y la acomodó en el lecho. La habitación resplandecía porque el estío la tarde prolongaba. Se ajustó sobre ella, eretizado, apto para la Sicigia, Conjunción de la Luna Nueva con el Sol Ocaso, Cópula Sacra... Mas no. No. La heroica espada, vencedora de las gloriosas brivas de La Nereida Anfitrite, de La Abandonada Ariadne, de Antíope La Fiel Traidora, de Faidra La Embustera, no pudo penetrar la sutil gruta; sus bravos envíos se estrellaron contra los escasos y finos bellos rucios; su grosor le impedía ingresar a la cripta deliciosa.

Teseus dejó a Helene, La Intacta, en casa de Aitra, su madre; cambió esa batalla por otra hazaña: bajar al Haides en compañía de Peirítoos, desafiando a Zeus Chetonios, El de Púrpura Alimentado, para rescatar a Perséfone. La Inexorable Niké, aconsejada por Zeuz El Tronante, no asistiría presta ni puntual, ya no le acompañaría ni se conmovería con su desamparo. Involucrados en una causa contraria e imposible, Los Gemelos Campeadores fueron presos en el intento. Teseus tenía cincuenta años entonces. Después de su partida, los belicosos Kástor y Poludeikes, hermanos de Helene, La Vigorosa Virgen, penetraron el Ática a la cabeza de un ejército en busca de La Raptada; invadieron la ciudad, rescataron a Helene y se llevaron prisionera a Aitra para venderla como esclava.
Lo que siguió es de todos los helenos conocido: Helene casó con Menelaos El Valiente, huyó con Paris El Dirimidor de La Triple Belleza, y vino la guerra cruenta entre los aqueos de hermosas grebas y los teucros, los hábiles domadores de caballos. Mas esos hechos los canta La Musa del aedo Homero, Conocedor con Buen Tacto del Rayo que Prende la Chispa Divina del Alma Mujerina, en un libro que acaba de hacer público para provecho de su ancianidad.

Enero de 1993

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