viernes, 30 de enero de 2009

¿Y A QUÉ DEBO, DIME, ENTONCES, TU ABANDONO?

Si el cuerpo es artimaña de la vida
para aliviar los territorios dulces
ganados a los ritos de la arena,
para guardar las sales de la muerte;

si el cuerpo es la existencia descarnada,
si es la pena que la pasión trasciende
con sus canciones ágiles y tiernas,
si es el anhelo de lo femenino;

¿cómo olvidar del cuerpo los dominios
si su voz es antigua, germinal
como la voz del mar, como sus dones?

Es obscuro mi cuerpo —obscura jaula—
y le duele el deseo acumulado,
del que te abstienes, recia, sin descanso.

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