sábado, 10 de enero de 2015

ENTRE LA PASIÓN Y LA INVERSIÓN
Entrevista con Jeremías Marquines

Ya mucho se dijo de la tristeza...
Jeremías Marquines

Es la presentación del libro Las formas de ser gris adentro, de Jeremías Marquines; obra que obtuvo el premio José Carlos Becerra, edición 2000, otorgado por el gobierno de Tabasco. En el bar La hormiga, sito en la otrora casa de Ramón López Velarde sita en la colonia Roma del Distrito Federal, la asociación cultural Cuicacalli, de tabasqueños, y la editorial Praxis han convocado al público para escuchar opiniones y poemas y vender ejemplares sobre y de Las formas de ser gris adentro. Concluida la presentación y, después de los dimes y diretes propios de estas situaciones, me atrevo a cuestionar al poeta.

─Bonita presentación, ¿eh?
─Una presentación de un libro es traumática; bueno, para mí, ¿no?
─¿Qué es un premio?
─En concreto: para mí un premio es posibilidad de pagar la renta.
─Escribes para ganar premios.
─No. Lo que escribo, en cuanto a la literatura, es porque es una necesidad. Como dice el lugar común: es una necesidad, es un oficio, pues; es el oficio que yo decidí tomar, escribir literatura, escribir poemas. Es una inversión también, en mi caso; en el caso de todos los escritores, escribir es una inversión: compras libros, dedicas tiempo; el tiempo que dedicas a escribir es un tiempo que no puedes dedicar a hacer otras cosas, a trabajar, o si lo haces, implica que el libro tarde más tiempo en salir, y muchas otras cosas, ¿no? Entonces, yo hago una inversión de tiempo, hago una inversión en libros; soy un escritor, vivo de los libros, no creo en las gracias divinas que vienen: un escritor que piense en la inspiración es un mal escritor. Entonces, lo mío es inversión, inversión de tiempo, inversión de recursos...
─¿El premio no implica la posibilidad de ser leído por alguien que tenga tradición de lectura? ¿No hay un reconocimiento a esa trayectoria de la que hablas?
─Mira, específicamente, en el caso del premio quiero ser bastante claro, porque mucha gente piensa que el escritor manda libros a los premios por dos razones: Unos lo mandan porque quieren más nombre, quieren más reconocimiento, quieren ser más leídos, quieren ser más aplaudidos. Otros, hasta ahorita conozco pocos, entre ellos Celso Santa Juliana, mi caso, se manda porque, aparte de ese proceso de escritura hay una necesidad de comer, una necesidad de comprar libros, hay una necesidad de vida...
─Primero las necesidades económicas, luego el reconocimiento...
─Sí. Claro, en mi caso particular no me interesa tanto ese asunto del reconocimiento...
─Tú has dicho que la poesía está en todo, que se da de manera natural...
─No, la poesía no se da de modo natural. Hay gente que tiene facilidad; por ejemplo, hay quienes tienen facilidad para hacer un jarrón, para hacer un petate; hay otras que se pueden pasar toda su vida tratando de aprender el oficio de hacer un petate y nunca van poder a hacer un petate. En el caso de la poesía, hay gente que tiene mayores facilidades que otra para escribir; llamémosle talento, que es la palabra de moda.
─No crees en la inspiración...
─No creo en la inspiración; yo creo que la gente tiene talento, pero el trabajo no da la inspiración. No hay inspiración; la inspiración es un invento decimonónico, es un invento de los malos, los malos... quizá pudieron haber malentendido el acto de escritura, el acto de hacer cosas, de armar, de crear, con un acto de inspiración. Los griegos no usaban la palabra inspiración...
─Ellos hablan de las musas...
─Así es, y tiene otra connotación, ¿no? Específicamente en el caso de la palabra inspiración, es una invención decimonónica, una invención de los malos escritores del siglo diecinueve; los buenos escritores del siglo diecinueve, que hay pocos, y sobre todo otros escritores ya del siglo veinte, específicamente Alfonso Reyes, dice: No, la inspiración es un invento de flojos, es un invento de gente que se sienta en una mesa y cree que la poesía va a llegar por mera ósmosis, ¿no?
─¿Qué es la poesía?
─Mira, yo a la poesía la entiendo como un sistema de instantes sostenidos en dos nadas.
─El acto de escribir no los convierte en instantes, los hace perpetuos...
─La misma cosa es, son instantes: el instante puede ser eterno o puede ser anulado en ese mismo proceso...
─La idea de instante es dinámica, se mueve, ¿no?
─Todo proceso de tiempo es movimiento, es dinámico...
─El libro, el papel no es dinámico...
─El libro, el poema puede tener todas esas cualidades del tiempo, puede ser estático o puede estar en movimiento...
─¿El poema depende del autor?, ¿ del lector..?
─Depende de los dos. El proceso de la poesía se cumple en la medida en que hay también lectores receptivos para eso. Un lector de poesía no es un lector cualquiera, es un lector específico, es un lector que predispone de una poética, que tiene los condicionamientos de las formas en las estructuras de su tiempo y que conoce, también, la parte de la tradición. En ese sentido, la poesía está determinada tanto por la mano que la escribe como por el lector que la decodifica...

Se acerca para terciar el diálogo un poeta tabasqueño, y dialoga con el poeta premiado; saluda y se despide. Se elogian mutuamente: “Jeremías, lo felicito”. “Yo lo he leído, maestro, usted en Tabasco es una figura”. Ríen. Convienen en verse en otra ocasión, mediante un tercero.

─¿La poesía es elitista?
─Yo creo que no, que a estas alturas hablar de elitismo ya, igual, es otro atavismo decimonónico...
─El lector de poemas tiene una cultura, tú lo decías, es un lector específico...
─Cada vez, como todas las cosas, la poesía tiende a especializarse. Los sectores, lo que antes eran grandes grupos de lectores, se van fragmentando y especializando; hay lectores de todo tipo, como hay gente que tiene distintos gustos, ¿no? Hay, también, el dicho aquel de que la poesía todo mundo la puede entender; es el otro asunto, el entender. La poesía ya no es para entender; por eso mucha gente, cuando se enfrenta a un libro de poemas dice: “No, pues, o no me gusta o es malo porque no le entendí”, porque llegan predispuestos a entender. La poesía es otro de los grandes mitos: no se entiende, la poesía se percibe, y cuando se percibe... Sí, todos podemos percibir, se percibe más en la medida en que tienes más recursos, más capacidad para decodificar este proceso de creación...
─En ese sentido es elitista; no cualquiera tiene la disposición para percibirla...
─Bueno, en ese sentido, no cualquiera compra poesía, libros de poesía, ¿no? La poesía es una de esas artes íntimas, demasiado íntima, quizá la última que queda, el último rezago de  intimidad que existe entre las artes, ¿no? Cada vez, por ejemplo, las artes plásticas son más masivas, las exposiciones, el cine, que es muy masivo, la danza. La poesía va reduciéndose cada vez más a espacios cerrados de lectores...
─¿No es elitista..?
─El elitismo es una condición social, inventada por sectores..., es una poesía del siglo diecinueve, inventada por sectores ricos que fueron marginando a otros sectores a no participar en este proceso de creación de la literatura, del juego de la literatura. Dijeron: “Estos no, porque no van a entender; estos sí, porque son más educados”. El hecho de que tú tengas más recursos económicos, más cosas, no significa que seas más educado.
─Hay una especialización, dices; entonces, ¿qué pasa con la poesía?
─Pasa con todas las artes; en el caso de la poesía es más íntimo: los que llegan a una librería y piden un libro de poemas, cada vez son menos, son lectores que tienen una idea...

Se acerca otra poeta para felicitar al poeta premiado, a despedirse y a resumir sus actividades recientes y porvenir, con la promesa de verse en alguna otra ocasión.

─Se presentó tu libro, hubo tres interpretaciones de él: el discurso contra la poesía...
─¿Por qué?
─Porque, utilizaron conceptos como “metáfora”, “neologismos”, “ritmo”. Se habló de la búsqueda poética, del manejo de vocablos antiguos, raros; se establecieron correspondencias entre tu obra y la de otros escritores... Sin embargo, la poesía es un asunto más complejo que las meras palabras escritas.
─Volvemos otra vez al asunto de la especialización. Aquí hubieron tres opiniones y hubieron tres lectores, unos más avezados que otros; unos con más carga de la tradición, otros con menos carga de la tradición. En el caso del círculo de lectores de poesía, hay de todo tipo, pero todos tienen predispuesta una idea, lo que yo llamo una poética, que puede ir decodificando el texto. El hecho de los neologismos y todo ese rollo, no es tanto que ahí esté el asunto de la poesía; lo que se destaca son los recursos formales, los recursos técnicos, la mayor o menor habilidad que tengas para mover esos recursos, para desautomatizarnos o desfamiliarizarnos dentro de todo ese contexto que nos predispone, también, a la escritura de la poesía o de la escritura poemática. Y no está realmente ahí, sino en la mayor o menor intensidad que logras provocar en el lector.
─¿Cómo te das cuenta que logras ser intenso?
─Mira, realmente no lo sé. Pienso que, pienso, no lo aseguro, que esto tiene que ver, quizá, con el grado mayor o menor de aceptación de la gente que compra libros, de la gente que, sin conocerla, va y te dice: “Oye, no me gustó todo lo demás, pero me gustó esta frase”.
─El tiempo, ¿no depura el valor de cada poeta? Es decir: un poeta en su época es considerado lo máximo; pasa el tiempo y ocupa un segundo plano o desaparece. ¿Porqué?
─Ocurren muchos factores. Uno de ellos, cuando el poeta se la cree deja de crear y empieza a repetir; la poesía es constante búsqueda, constante movilidad de los recursos, constante capacidad de poder ir alterando o modificando las obviedades o institucionalidad que tiene la poesía, porque toda vanguardia, todo discurso que rompe llega a institucionalizarse; y una vez que se institucionaliza, se chinga. Eso es lo que pasa con esa gente que algún día fue y, luego, se pierde, porque se institucionaliza.
─¿El poeta escribe para su época, para la posteridad, para trascender?
─No, quien piensa así debe hacer otra cosa. El proceso de escritura es un proceso íntimo, es un proceso de...
─¿Solitario?
─Es solitario, a final de cuentas. Tú eres poeta, tú eres escritor, y sabes que el proceso de escritura no lo haces en medio de una muchedumbre. Yo creo, mas bien, que tiene que ver con este proceso de irse reconociendo.

Se acerca Tomás Quiroga, de Cuicacalli, para dar billetes y recibir el cambio adecuado por la venta de los libros que se presentan. Ha de advertir que él vende libros y que el poeta los regala. O ha de llegar alguien a pedir que se le firme algún ejemplar de Las formas de ser gris adentro.

─¿Cómo tomas la opinión de otros sobre tu trabajo?
─Como alguien que ha hecho un buen trabajo. Lo vuelvo a repetir, como en el asunto del artesano, que hace un trabajo artesanal...
─La poesía no es sólo artesanía...
─No, es un oficio, como el oficio del artesano, ¿no? Pero en la poesía viene implícita la vida misma. En todos los sentidos. Tú pones en cada texto fragmentos, parte de tu vida...
─Otro mito...
─Es otra de las utopías que, yo creo, no se pueden suspender ni quitar de la poesía, arrebatarse...
─Un lugar común...
─Sí, es uno de los lugares comunes, pero a mí me gusta.
─La lectura que hicieron de tus poemas, ¿qué te parece?, ¿los reconoces?
─Bueno, no es como a mí me hubiera gustado leerlos; yo tengo otra cadencia para leer el poema, me siento más reconocido en la lectura que hago yo que en la lectura que hace otra persona.
─No reconoces a tus hijos en esas lecturas...
─De pronto no los reconozco.
─Se convierten en otra cosa. Ya, ¿son del lector, del público, tuyos?
─Son de la gente, no los reconozco. Muchos de los textos, como dije en la presentación, ya no los reconoces, son cosas que andan por ahí y ya no te pertenecen, ¿no? Sí, en cierta forma, llevan parte de ti pero ya andan por ahí caminando solos, haciendo desmadres, ¿no?
─¿Un verso salva un poema?
─Un verso puede salvar un libro.
─¿A un poeta?
─Un libro de poemas. Y puede salvar a un poeta. Por ejemplo, recuerdas a Sabines, recuerdas un verso de Sabines, lo recuerdas por un verso; a Paz, lo recuerdas por un verso.
─¿Quién te gusta?
─No tengo en particular un poeta que me guste, así que digas: ¡Puta! Me va a enloquecer. Me gusta, disfruto a José Carlos Becerra, disfruto a Alberto Ruy Sánchez, las prosas de intensidad de Alberto Ruy Sánchez, disfruto a Gastón Baquero...
─En la mesa se habló de que te pareces a Rulfo y Arreola, que son anticipo...
─No, lo que pasa es que tal vez quisieron decir que encontraron algunos fragmentos que les recordaron a Rulfo y Arreola, porque, ciertamente, en el libro hay alguna carga atmosférica de lecturas de Rulfo y Arreola; de hecho, hay citas concretas de los dos, y de otros; del Popol Vuh, por ejemplo, que me encanta la alteración sintagmática que hay ahí.
─No conocía Las formas de ser gris adentro; sin embargo, medio leí De más antes miraba los todos muertos; ¿todos los muertos son santos?
─El mejor muerto es el muerto muerto, no el muerto que siempre se anda recordando. Yo no creo que los muertos sean santos...
─¿Hay una intención de crear una mitología en tus libros?
─Hay una cadencia mítica y legendaria...
─¿Tiene que ver con el ritmo, tiene que ver con las imágenes..?
─Tiene que ver con todo, es una composición; se mezcla ritmo, imagen, todo, ¿no?
─Acudes mucho a la imagen...
─Sí, a mí me gusta plantear las cosas a través de las imágenes.
─Te fascina...
─Me gusta más, me siento más cómodo. Por eso me gusta más José Carlos Becerra...
─De más antes miraba los todos muertos; parece truco semántico, como si el poeta hubiese encontrado una fórmula y se regodeara en...
─Hay una carga semántica que te lleva a esa lectura, precisamente, es parte del recurso, de la función polisémica del verso, ¿no? Va cargando eso porque dentro del libro hay referencias a los todos santos, al día en que bajan las ánimas. De hecho, el libro está hecho en esa atmósfera de todos los santos, del día de los muertos...
─¿Hay ironía?
─Totalmente, hay muchísima ironía, hay una carga tremenda de ironía...
─Los muertos que ya no podrán hacer altares a la patria...
─Los muertos que no sirven para nada, ni siquiera para cantar canciones tristes. Yo creo que los muertos no sirven para nada, más que para escribir poemas. Y esa es otras cosas que hay que liquidar: todo poeta tiene el compromiso de liquidar la temática de la muerte. Después de que escribes un libro sobre la temática de la muerte ya no puedes volver otra vez a hablar sobre la muerte.
─Sabines escribió Algo sobre la muerte del mayor Sabines,  Tía Chofi...
─Yo me quedo nada más con la muerte del mayor Sabines, ése es su gran poema sobre la muerte y con él liquidó su obsesión con la muerte...
─Todo lo demás no sirve...
─A la mejor a otros le funciona; para mí no, me quedo con la muerte del mayor Sabines.
─¿Qué poetas?
─Becerra, Gorostiza, Chumacero, algunas cosas de Chumacero...
─Paz...
─No me gusta mucho Paz...
─Pacheco...
─No me gusta Pacheco, en absoluto; lo siento como que está estreñido, como un poeta de imágenes muy estreñidas...
─¿Predisposición..?
─Sí, claro; mi opinión está afectada por otras lecturas que me gustan mucho más. Quizá me gustan cosas mucho más oscuras que las de Pacheco, pero más luminosas. A Pacheco lo hallo como un poeta intermedio entre Paz y algunas cosas de Becerra.
─¿Y la poesía cotidiana? Parra, Padilla...
─Heberto... Me gusta algo de Padilla. La poesía militante no me gusta, porque yo no la considero exactamente poesía...
─Padilla es poeta militante...
─Sí, pero tiene cosas muy interesantes cuando no es militante, cuando habla de la mujer, cuando se enfoca más a la cotidianidad...
─Lezama Lima...
─¡Ah! Lezama Lima me encanta... Por el barroquismo.
─¿Eres barroco?
─No, me gusta el barroquismo. Yo utilizo algunos elementos del barroco como un proceso desautomatizante...
─¿Por qué la tendencia al arcaísmo?
─Para mí es cómodo; me encanta la poesía del siglo XIII, la poesía del XVII, me encanta el manejo metafórico...

Viene ante nosotros un pariente del que hay que despedirse, luego de haber autografiádole el texto de marras, intercambiado parabienes para los familiares ausentes y manifestado la disposición para verse en ocasión distinta.

─Garcilaso...
─Con esos figurones del siglo de oro no tengo ningún problema...
─Poesía culta y poesía popular...
─Sí, todo eso hace nuestra poesía. En el caso del barroquismo, lo utilizo como un recurso, trabajo algunas cosas barrocas, porque, todos los escritores, todas las personas que, de alguna forma, tienen que ver con algún proceso intelectual, estamos afectados por nuestra contemporaneidad, por nuestra cotidianidad, por la evolución o la involución de la sociedad, y por la fragmentación o la incongruencia de los sectores sociales y de las ideas. Nosotros no nos podemos sustraer a esta actitud retro que existe hoy en día, a lo que ya hace mucho tiempo habían planteado Julio Colombo y Humberto Eco en la Otra edad media, que es esto que se está viviendo; aquellos tipos lo escribieron en los setenta, en los sesenta, sesenta ¿no?, y mira, es todo esto. A fin de cuentas, es volver a este neoscurantismo, a esta sociedad en que realmente no se está intentando nada; en la literatura, es una cosa que se puede demostrar claramente: no hay nada nuevo, no hay el gran poeta, que tú digas: “¡Puta! Aquí está la gran voz”, como sí había en el siglo pasado. Hoy vivimos un gran dramatismo de voces que se alternan y que dicen, pero donde no se identifica a nadie; hay un griterío de muchas poetas, pero no se está haciendo absolutamente nada distinto. El hecho de alternar recursos barrocos, culteranos, obviamente es ir moviendo la literatura hacia aspectos menos enajenantes...
─¿Poetas en Guerrero?
─Me gusta Jesús Bartolo... La gente que realmente vale en Guerrero y que tiene cosas que aportar no están ahí; los quedan ahí, en el estado, les va a costar mayor trabajo llegar al grado de elaboración y de trabajo que tienen los escritores que están fuera del estado.
─Un músico que te guste.
─No, no tengo preferencias; casi no escucho música.
─Una mujer.
─Mi esposa.
─¿Porqué vivir en Acapulco?
─Por el mar.
─¿Porqué leer tu poesía?
─Porque el que tiene dinero puede comprar el libro...
─¿Sólo por eso?
─No. Yo me siento después de cada libro liberado, liberado de cargas. A veces no me gusta mucho lo que escribo; tampoco me siento satisfecho, si estuviera satisfecho dejaría de escribir; si digo que me gusta, dejo de escribir.

JEREMÍAS MARQUINES, ROMÁNTICO DE CLÓSET

JEREMÍAS MARQUINES, ROMÁNTICO DE CLÓSET

Soy el amor que no osa decir su nombre
ALFRED DOUGLAS

Escucho a Erico Caruso. He despertado y en mis pestañas se han atorado imágenes del amor ausente que el sueño despertó. Un sueño enriquecido con lugares luminosos y personas entrañables. No me atrevo a interpretar. Recuerdo cada recuerdo, y gozo. Desde hace tiempo he decidido no interpretar porque entiendo que hacerlo es juzgar, y no quiero ser juez. Espectador apenas. Mirador. Veedor.
He despertado y los duros pensamientos que zarpan al anochecer en barcos de hierro me ocupan. Antes de dormir he leído los textos de Jeremías. Algunas imágenes del poemario se entrelazan con las de mi sueño. Curiosamente mis últimos sueños ocurren en Acapulco. Caruso canta y tengo ganas de llorar/ pero me las suple el mar. El mar. El personaje central del poemario. El humano más humano que aparece entre los pensamientos duros de Jeremías. Leo algunos versos: “el mar andaba sin recuerdo como un beso infantil que se da eterno”, “el mar combatía en tierra contra una gaviota solitaria”, “el mar que afinaba sus murmullos en los rincones de la casa”, “el mar arrastraba en el puerto sus escamas de vidrio; llenaba las cantinas con su aliento de peces artillados”, “el mar corre desnudo en medio de turistas que contemplan los edificios ruinosos de la bruma”, “el mar buscaba ordenar sus ruidos interiores en medio del tumulto vespertino”, “el mar que ahora tenía en el rostro un montón de frases despobladas”, “tiene el mar sus muertos extraviados, sus tranvías rotos, sus recuerdos tiene”, “el mar, tigre hipnótico metido en burbujas verdes que tiene la piel agotada, los sueños truncos, el habla rota”, “el mar que consuela en todas partes cuchillos que tiritan de dolor”, “el mar que se alegra de tristezas con la lluvia”, “el mar no conoce enemigos cuando bebe ron viejo en la canoa de la luna”, “el mar tiene sus muertos extraviados y agoniza”, “el mar es un tipo triste”, “al mar que caminaba como un tipo cualquiera bajo un parasol de niebla”, “el mar era un desconocido ocultándose vertical en un rincón oscuro”, “el mar ya había comido su ración de cocoteros sombríos”, “el mar que tenía por costumbre meterse en los armarios por las noches y se negaba [a] usar camisas inllevables y medias cortas, era un cómico muy triste que apenas imitaba a un mono colgándose de un árbol. Con su mirada helada y gris nos contemplaba con rabia desde la eternidad, con su boca apretada, sin labios, como corresponde a la mueca del rencor del aparecido. Había días que se mezclaba con los pescadores de Las Hamacas y se embriagaba abrumado por los lugares comunes que lo hacían sentir más miserable que desconsolado”, “el mar que tenía una voz dificultosa, propensa a las ronqueras, recorría con triste voluptuosidad las cervecerías del puerto donde rumiaba como alguien vagamente conocido y temeroso los domingos cada vez más escasos de la infancia”, “el mar era un tipo extrañísimo que a veces se disfraza de operador de engranajes y otras de contrabajista”, “el mar es uno de esos tipos que tiene[n] la apariencia de haber viajado mucho, pero que en realidad sólo quieren encontrar el camino que los devuelva a casa, aunque sea por las rutas menos frecuentadas”, “el mar es un muchacho que anda con las manos en los bolsillos del pantalón, que trabaja de jardinero y fuma cigarrillos sin filtro y los fines de semana se embriaga con demasiado y desagradable sentimentalismo”, “ el mar no lee los periódicos pero le encantan las historias”, “el mar recién desembarcado del horizonte, no llevaba su ropa habitual sino que usaba un abrigo raído de viento corvo, los cabellos le caían sobre el rostro salvando una franja interminable donde el olvido cumple 33 años sin degollarse”, “el mar que juntaba sus piedritas de colores tenía como todos los desaparecidos el rostro blanco”, “el mar que tiene zapatos de charol, fragancia de jockey club y flores amarillas por nostalgia, cae, cae, cae, como los muertos cae”, “el mar que tiene el rostro blanco y la mirada de te quiero a gritos donde el día escribe imágenes usadas”, “el mar tiene ojos que escuchan en las barcas de colores”, “el mar viste su traje de calle y permanece desdeñoso y serio y mudo como cualquier olvido”, “el mar hace días que trabaja afinando sus murmullos al fondo de la casa”, “el mar había ahogado su insomnio de brasa”, “el mar industrializaba las penas con la eficacia de un millón de hormigas”, “el mar padecía de (sic) ansiedad nocturna y era mejor no preguntarle nada, aunque él –el mar de los desaparecidos– lo sabe todo”.
Luego de tanto mar han quedado conmigo un puñado de sentimientos: olvido, nostalgia, impotencia, soledad, sordidez, dolor, miedo, rencor, miseria, angustia, desamor. Sentimientos a través de imágenes con tendencia a lo misterioso y fúnebre, a lo milagrero y sobrenatural en el fondo, a lo brumoso, a lo vago en la forma. Romanticismo. El poeta utiliza sus imágenes para expresar. Las imágenes de una imagen central: el mar, el diverso mar, al que plasma en figuras poéticas diversas. Exaltación de los sentimientos. Romanticismo. Romanticismo. Romanticismo. Reacciona el poeta contra lo rígido, lo frío, lo reglado, lo cerebral. Romanticismo. El poeta privilegia lo subjetivo sobre lo objetivo, lo irracional sobre lo racional. Romanticismo. El poeta imprime sus signos particulares a sus imágenes, alejándose del verso para acercarse a la prosa, rehuyendo el énfasis declamatorio. Romanticismo. Unción natural, paladeo, sensualismo. Con estas características, el poeta busca con ahínco el paisaje como proyección espiritual propia, y en sus afanes evasivos de lo normal cotidiano se decide a dar una importancia decisiva en sus poemas al elemento sobrenatural o maravilloso. Romanticismo.
En los románticos, del choque entre lo real –tan hondamente vivido y saboreado– y lo ideal –tan ardientemente soñado–, surgen la decepción, la melancolía, la desesperación, el suicidio. Pero el poeta escribe, y eso lo salva; el poeta bebe, y eso lo salva. Porque el romanticismo es un modo de vida, un ser y estar en el mundo. Y Jeremías Marquines es un romántico. Un poeta romántico y sentimental, como acabamos de leer en sus versos, versos exultantes de una sugestión emotiva. Ni lépero y maldito, ni incendiario y obsceno. Jeremías es un romántico, un sentimental que se disfraza como “el mismísimo diablo con indumentaria de periodista y poeta”. Cualquiera que lea los textos de Jeremías en El Sur, por ejemplo, podrá leer “sus notas incendiarias”, su “tono exaltado y contundente”, como le gusta decir a Di y Mayuga. Es un crítico pasional que prefiere disfrazar sus diatribas con argumentos académicos para ocultar su rencor y su rabia, para denostar y demoler a quien se le antoje. Y no podía ser de otro modo pues una de las actividades humanas que el romanticismo revolucionó fue la política. Cito a Jeremías: “Hace unos días me encontré con este parrafillo de Antonio Machado, y en eso de las ocurrencias y el zigzagueo de que si sí o de que si no, propúseme citarlo para amenizar los oídos de los que oídos y sesos tengan, aunque también luego de leerlo se permite hacerse mensitos, ahí va: La política, señores –sigue hablando Mairena– es una actividad importantísima... Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino en último término, el desdeño de la política mala que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancias y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros. Sólo me atrevo a aconsejaros que la hagáis a cara descubierta; en el peor de los casos como máscara política, sin disfraz de otra cosa; por ejemplo de literatura, de filosofía, de religión. Porque de otro modo contribuiréis a degradar actividades tan excelentes, por lo menos como la política, de tal suerte que ya no podemos nunca entenderos. Ahora nos vamos a poner serios, ya no daremos pretextos para la moral ni el escarnio”. Por lo mismo, la crítica es una actividad central en Jeremías, quien la reconoce “como animadora de la conciencia individual y colectiva”, y hace suya la opinión de Garibay cuando dice que “en literatura hace falta cierta elementalidad, cierto mal humor o impaciencia, cierta lúcida rudeza o patanería para arremeter contra lo que no vale la pena. Hay que procurarse algunas dosis de enemistades o animadversiones; son garantía de juicio crítico y de honestidad en el mundo del espíritu”, o se acoge a los consejos de Carballo en el sentido de que “la crítica es un barril de dinamita al que hay que prender la mecha para hacer saltar los prejuicios y sacar lo que haya de verdad, es atreverse a decir las cosas más elementales de la manera más concisa”.
Ha sido tan fuerte el impulso de la política en el quehacer del poeta que ha transitado de la crítica literaria hasta la crítica política, luego de haber arremetido contra el panorama cultural del estado. Esta pasión del poeta lo ha llevado, incluso, a excederse en sus apreciaciones, como cuando habla de Heberto Padilla y su poesía conversacional o hace un inventario de los poetas infrarrealistas de La zorra vuelve a su gallinero. O cuando pide al lector de poemas que sea un teórico antes que lector, contradiciendo sus propias recomendaciones pues, como él dice, “el poema, no requiere de mayor explicación que nuestra propia capacidad de asombro para transmitirnos su carga sensible”.
Cuando se leen los textos poéticos de Jeremías no se le encuentra ni irreverente ni cínico, sino sentimental y, a veces, sensiblero. Cuando leemos los textos de Jeremías sabemos que su pose pública, la de periodista, pretende ocultar su secreto íntimo, su filiación romántica. Cuando leemos los duros pensamientos que zarpan al anochecer en barcos de hierro asistimos a una revelación: Jeremías es un poeta romántico. Hay un verso que cifra y descifra al poeta, que define su oficio: “y uno puede –a pesar del extravío– improvisar ilusiones”, escribe. Improvisa ilusiones, el improvisador de ilusiones. Descubrimos a un hombre atravesado por el amor en medio del desamor: “El precio del mucho amor es la espuma”, escribe; y en esta imagen se develan el sentimiento y su metáfora, el amor y el mar. “El mar saqueado por poetas con pensamientos de mujeres”, ha de agregar Jeremías para mejor redondearse. Después de leer estos versos descubrimos al poeta, a Jeremías Marquines, romántico de clóset.
Canta Pavarotti, mirando a Caruso que mira el mar de Sorrento, sobre el poder de las canciones en donde el drama es falso, sobre el poder de un artista para inventar pasión. Y piensa Caruso que todo se esfuma como la blanca espuma, mientras mira a los sueños cual barcos que se van, “mientras alguien como yo fingía profundas soledades”.

[Texto escrito y leído para presentar el libro de Jeremías Marquines, en 1999, en Chilpancingo, en un acto organizado por La Tarántula Dormida]

domingo, 6 de abril de 2014

ENTRE HOMERO SIMPSON Y OTROS ERUDITOS


[Del bonito arte de tirar la neta y esconder la crítica]
27 de marzo de 2014
EDUARDO AÑORVE
CUAJINICUILAPA DE SANTAMARÍA, GRO.

El habla popular en lo que hago es inevitable. Yo no soy académico ni lingüista. Escribo como yo hablo. No veo porqué tiene que ser de otro modo. Así se ha hecho desde Cervantes hasta Ibargüengoitia. No sé si el habla popular le dé veracidad a un texto. Lo que sí creo, es que lo hace latir, le da vida a algo que en términos llanos está inerte. Es como la electricidad que intenta reanimar a tu Frankestein construido con palabras.

Paul Medrano,
a propósito de su novela Deudas de fuego


Los pedos, en la gorra
Del habla popular

cuídate de tus contrarios
y también de las calunias
que son más malas que El Diablo

Corrido Pedro El Chicharrón

1. Del no-erudito García Márquez
Cuenta la mitología que se ha ido construyendo alrededor de la figura de Gabriel García Márquez que cuando estaba escribiendo El coronel no tiene quién le escriba mandó a pedir a Francia todos los libros relacionados con los gallos –incluidos tratados técnicos, científicos y similares–, y que los leyó para tener todo el conocimiento posible sobre estos animales, toda vez que uno de ellos es pieza fundamental en esa novela. No quería ser un erudito, se sabe; y se cree: leer esos libros no lo hizo un erudito, pero sí denota que es o fue un escritor cuidadoso, que no quería cometer alguna pifia por ignorancia del tema.

También se sabe que esa novela es ficción, a diferencia de otras de él mismo; es decir, García Márquez leyó lo que podía sobre gallos reales no porque aspirara a escribir una novela realista o un tratado de realidad sobre gallos sino para tener todas las herramientas posibles para hacer ficción a partir de la anécdota de una pareja de viejos que, en medio de la miseria, cuidan un gallo de pelea, en el que cifran sus esperanzas de salir de pobres, cifrando así con ese diminuto acto las esperanzas de sus amigos. Es decir, García Márquez no lee todo ese chingo de libros para construir un gallo real sino uno ficticio, novelado pero verosímil.

Podríamos meter en este nidal los tantos enjuagues y menjunjes utilizados por Mario Vargas Llosa para escribir, por ejemplo, Las catedrales o La guerra del fin del mundo, pero ahí muere sobre el tema.

2. De las deudas de un crítico que no se mofa
David Espino publicó en estas páginas [Trinchera número 741, titulado El Paul paga sus deudas] un texto que leyó a colación de la presentación del libro Deudas de fuego, de Paulo Medrano. Allí ejerce el oficio de crítico, es decir, hace juicios sobre la novela:

Con Deudas de Fuego… percibo a un escritor maduro. Paul se ha apropiado de un estilo, es dueño de sus recursos. Se hace amigo del lenguaje y lo deja fluir, sin ripios. Y no lo digo como erudito, porque lo que yo tengo de erudito en estos menesteres esta ciudad lo tiene de mágica; lo digo como simple lector.

Y hace una distinción, precisa: no es erudito sino “simple lector”. Pero enseguida deja ese personaje e inmediatamente interpreta la intención del autor, se convierte él mismo en Paulo tal vez porque, como escribió líneas atrás, él es su maestro y él revisó esta novela antes de que fuera esta novela:

Recuerdo que me escribió y me dijo: “loco, dale una leída a esta madre y dime qué te parece. Pero urge, porque igual y me animo a meterla a un concurso en Tamaulipas”… Leí la novela, decía, porque cuando los pequeños saltamontes les (sic) piden consejo a sus maestros Zen, éstos (sic) no pueden responder con la grosería de: “¡tengo mejores cosas que hacer, muchachito!”.

Según Simple Lector, convertido de plano en Paulo,

Deudas de Fuego está hecha para la gente que lea por placer y no para leer entre líneas inconsistencias gramaticales, excesos de adverbios o adjetivos. No está hecha para eruditos porqué (sic) al fin y al cabo ¿qué escritor escribe para los críticos?

Aceptando que Simple Lector le dé en el clavo a Paulo y acierte en que Deudas de Fuego está escrita “para la gente que lea por placer”, noto un sesgo perverso que no deja de recordarme el síndrome del enamorado mamila que jura enamorarse de una mujer por sus bonitos sentimientos, como si no nos diéramos cuenta que la mujer tiene “unas pompas” que lo ameriten –y utilizo un término del habla popular, muy del estilo paulmedraniano, en vez del erudito, excéntrico, docto e ilustrado “culo”–. O dicho de otro modo: ¿Cómo vergas sabe el lector que esa novela le va a dar placer si no la ha leído? Digo, a menos que sea el papito que me enseñó a adivinar. O que lea la crítica que Simple Lector escribió, claro.

Luego, Simple Lector, en una especie de salto de la muerte, sale del agujero “erudito” para entrar en el agujero “crítico”, haciendo como si ambos fueran el mismo coño; además, ofrece un ejemplo de lo que es materia del erudito-crítico: “…leer entre líneas inconsistencias gramaticales, excesos de adverbios o adjetivos”. O sea, el crítico que se asume como Simple Lector sí sabe gramática, pero le hace lo que el viento al aire.

Por otro lado, en menos de once líneas y tres chelas Simple Lector ha olvidado que Paulo le pidió su lectura y su opinión, le pidió que la juzgara y que la criticara, porque era probable que sometiera la novela a un concurso en su natal Tamaulipas, es decir, para que la sometiera al juicio de los varios críticos que suelen calificar estos certámenes. Y Paulo la sometió, y ganó, porque esos críticos encontraron valores literarios o yo qué sé en ella, y la premiaron. Y le dieron una feria al Paulo. Y no creo que los críticos esos, quienes la encumbraron, hayan leído la novela por placer sino por oficio; tampoco creo que hayan dejado de fijarse en minucias como “…leer entre líneas inconsistencias gramaticales, excesos de adverbios o adjetivos”.

Dejando de lado estas tonteras que dice Simple Lector, veamos cómo vuelve a las andadas críticas y escribe

Es una novela policiaca cuyos personajes cobran personalidad propia [Nomás de mamón pregunto: ¿Y cómo explica, entonces, el choro de la personalidad impropia?]. El Paul los deja ser. Los crea y los suelta para que cobren vida...
Ésa es otra de las virtudes que veo en Deudas de Fuego: la atmósfera en que se desarrolla la historia…
Como la novela policiaca que es, Deuda (sic) de Fuego va aumentando de intensidad conforme va avanzando en sus 170 páginas…
Desde la parte media y hacia el final Deudas de Fuego mantiene al lector al borde de su asiento, con episodios y escenas divertidas, escatológicas y llenas de tensión. Tan inesperadas como los balazos que salen de todas partes, en esta ciudad, Plomosas. Tan impredecible como una ciudad de verdad, como Chilpancingo, aunque Deudas de Fuego, no lo olviden, sólo es ficción.

O sea, ejerce ahora su papel de erudito-crítico, aunque se llame modestamente Simple Lector. Además de que antes nos presumió su oficio: fue redactor en El Sur y en La Jornada Guerrero. Y también ahora lo es de Trinchera. Es decir, no es un improvisado “simple lector”. ¿O sí? Y eso sin echarle encima que también es escritor, o eso dicen. O eso dice. Por cierto, “mofa” es una palabra muy pero muy popular, de boca de lector simple, como aquel que fuma mafafa y se mofa de la fama.

3. Las manos en el escroto, para medir la leperatura literaria
Me agrada leer con los güevos en la mano para ver si la lectura altera su temperatura. [¡Ay! ¡Me salió el verso sin esfuerzo!] La neta de la neta-neta, leí ese primer capítulo de la novelucha premiada y mis güevos siguieron igual de frescos que al principio. Eso lo pudo haber escrito mejor Simple Lector, enjuicio. Pero ya lo dijo un amigo que sabe: “Yo no me creo mucho eso de los premios. Luego se los andan dando entre los cuates”. Y bueno, los cuates son como los güevos: un par de güevos dentro de un único y mismo escroto, y se sabe que Simple Lector y el Paulo son cuates, pues, así que es posible que se anden dando elogios mutuos. En fin, nada del otro mundo.

En realidad yo no sé mucho de novelas, si acaso lo que más he leído ha sido el silabario. ¿Novelas? Pos apenas sí Patricia Higsmith en ese género que el Simple Lector llama policíaco, en el que su creador, el tal Allan Poe Edgardo,

instaló tres elementos: el detective astuto; un amigo de pocas luces que lo acompaña y ayuda a dar brillo al investigador; una deducción larga, compleja y perfecta, sin fallas, a través de la cual se soluciona el caso planteado; y la indiscutible mayor inteligencia del detective sobre los investigadores de las corporaciones policiales

según Mempo Giardinelli. Y si aceptamos esto como verdadero, veremos que la novela policíaca se ha convertido en otra cosa y prescinde de todo lo descrito por Giardinelli. O eso dicen los críticos como Simple Lector, por ejemplo, respecto de la novela en cuestión.

Y no se mofen de mí si reconozco que la única novela policíaca que he leído tres veces es El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha: la primera, en 8 tomos, del inefable Rodríguez Marín, en Espasa-Calpe, propiedad de alguna universidad chilanga; la segunda, leída por obligación de mi oficio de criticador de libros y otras estalactitas y estalagmitas, en la galimática edición del padre del actual secretario de Cultura [la primera edición del siglo XXI, la llamaron], en la que casi casi se consigue el propósito en que falló Pierre Mènard sin que nadie se mofara de él, como bien sabía el cegato de Jorge Luis. La tercera ocasión fue la lectura de los 4 últimos de los 8 tomos mencionados (son los únicos que poseo, ahora en propiedad propia). Con esos no-eruditos conocimientos puedo decir que leí el primer capítulo reproducido y afamado por Simple Lector y mis güevos no sufrieron cambio alguno en su temperatura. O sea: no pasó la prueba ese primer capítulo, no me catapultó hacia delante como para tener curiosidad y seguir leyendo aunque fuese por morbo. Aclaro que esta inapetencia mía no debe achacársele al bueno del Paulo ni a su novela, sino a cierto estado mental mío, que obedece a un imperativo de William Faulkner. Y nomás por presumir diré que mi temperatura testicularia sí se alzó cuando leí el primer capítulo de Redobles por Rancas, del peruano Manuel Scorza, quien falleció a los 55 años, dejando 6 noveluchas de a libra; y murió cuando el avión en que viajaba cayó a tierra –allí también viajaba el ojotón de Ibarguengoitia, otro santón.

Y ya de salida de este capitulillo diré que en el tal primer capítulo de Deudas de fuego no encontré a personaje alguno, sino a un remedo de personaje que habla como dice Paulo: “Escribo como yo hablo. No veo porqué tiene que ser de otro modo”. O sea: todos los personajes son yo. Y sí, vemos al Paulo hablando sobre un tal Pedro El Chicharrón, pero no vemos a Pedro El Chicharrón hablando y siendo él. El Paulo dice, por ejemplo, que lo mandan a matar a su mejor amigo, pero de su dicho no ofrece más prueba de esa amistad que que le contaba chistes. Uno sospecharía que entre malandrines de esa calaña (que se la miden entre ellos no para ver quién la tiene más grande sino para ver si el otro tiene güevos) una prueba de amistad es ir a matar juntos, hacerse el paro para despachar al más allá al enemigo del otro, y viceversa, o algo así, pero eso de que se cuenten chistes de Polo Polo como evidencia de que son muy amigos y muy malos suena francamente a mamada, y de las malas. Tampoco encuentro en ese primer capítulo a esa ciudad-atmosfera de la que tanto habla Simple Lector. ¡Lastima por mí, que apenas me encontré una anécdota embozada, o el huevo de una anécdota en ese capitulito!

Y Simple Lector desdeña que la existencia de “inconsistencias gramaticales, excesos de adverbios o adjetivos” en un texto incida negativamente en su disfrute, pero, ¿cómo cree que se percibe o dónde cree que se percibe el estilo sino en las palabras que el autor elige y el modo y el orden cómo las coloca para expresar lo suyo? Si Paulo tiene estilo, como asegura, éste se nota en ellas, las palabras, las frases, los párrafos, no en la anécdota, pues. No en el qué sino en el cómo. En literatura, y en el periodismo, el fondo y la forma no se separan, no existen cada cual por su lado. Peor tantito, un editor, un escritor, hasta en medio de la mejor borrachera de su vida puede darse el lujo de desdeñar la gramática, sí, pero en su redacción, en su práctica, en los hechos, no; hacerlo es una soberana mamada de escroto ajeno.

4. Del erudito Homer J. Simpson
Homero y su hijo adoptivo están viendo las estrellas. El niño le pide:
–Dime más, quiero conocer todas las constelaciones.
Homero responde:
–Bueno, ésa es Jerry El Vaquero –señalando un grupo de estrellas–. Y eso que parece una sartén es ¡Micky!... El Vaquero.
Y bebe de su vaso. El niño le dice:
–¡Ah, papá Homero, eres un erudito!
Homero se ríe y lo corrige:
–Eructito, hijo, se pronuncia eructito.
El niño le dice:
–Te quiero, papá Homero.
Homero le corresponde:
–Yo te quiero a ti, Pedro…
–¡Pepe!
–Pepe…

NOTA: ESTE TEXTO DEBIÓ PUBLICARSE EN EL SEMANARIO TRINCHERA, SIN EMBARGO EL CONSEJO EDITORIAL DECIDIÓ QUE INCUMPLÍA CON LAS POLÍTICAS EDITORIALES, POR LO QUE NO FUE PUBLICADO. ANTE ELLO, ESTE ESCRIBANO DECIDIÓ DEJAR DE ESCRIBIR PARA TRINCHERA, POR MERO RESPETO DEL PROPIO TRABAJO, EN EL QUE SE PONE INTELIGENCIA, RESPONSABILIDAD, SENTIDO COMÚN, SENTIDO DE PERTENENCIA A ESE GRUPO, ETC.

miércoles, 8 de mayo de 2013

viernes, 26 de abril de 2013

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