sábado, 10 de enero de 2015

JEREMÍAS MARQUINES, ROMÁNTICO DE CLÓSET

JEREMÍAS MARQUINES, ROMÁNTICO DE CLÓSET

Soy el amor que no osa decir su nombre
ALFRED DOUGLAS

Escucho a Erico Caruso. He despertado y en mis pestañas se han atorado imágenes del amor ausente que el sueño despertó. Un sueño enriquecido con lugares luminosos y personas entrañables. No me atrevo a interpretar. Recuerdo cada recuerdo, y gozo. Desde hace tiempo he decidido no interpretar porque entiendo que hacerlo es juzgar, y no quiero ser juez. Espectador apenas. Mirador. Veedor.
He despertado y los duros pensamientos que zarpan al anochecer en barcos de hierro me ocupan. Antes de dormir he leído los textos de Jeremías. Algunas imágenes del poemario se entrelazan con las de mi sueño. Curiosamente mis últimos sueños ocurren en Acapulco. Caruso canta y tengo ganas de llorar/ pero me las suple el mar. El mar. El personaje central del poemario. El humano más humano que aparece entre los pensamientos duros de Jeremías. Leo algunos versos: “el mar andaba sin recuerdo como un beso infantil que se da eterno”, “el mar combatía en tierra contra una gaviota solitaria”, “el mar que afinaba sus murmullos en los rincones de la casa”, “el mar arrastraba en el puerto sus escamas de vidrio; llenaba las cantinas con su aliento de peces artillados”, “el mar corre desnudo en medio de turistas que contemplan los edificios ruinosos de la bruma”, “el mar buscaba ordenar sus ruidos interiores en medio del tumulto vespertino”, “el mar que ahora tenía en el rostro un montón de frases despobladas”, “tiene el mar sus muertos extraviados, sus tranvías rotos, sus recuerdos tiene”, “el mar, tigre hipnótico metido en burbujas verdes que tiene la piel agotada, los sueños truncos, el habla rota”, “el mar que consuela en todas partes cuchillos que tiritan de dolor”, “el mar que se alegra de tristezas con la lluvia”, “el mar no conoce enemigos cuando bebe ron viejo en la canoa de la luna”, “el mar tiene sus muertos extraviados y agoniza”, “el mar es un tipo triste”, “al mar que caminaba como un tipo cualquiera bajo un parasol de niebla”, “el mar era un desconocido ocultándose vertical en un rincón oscuro”, “el mar ya había comido su ración de cocoteros sombríos”, “el mar que tenía por costumbre meterse en los armarios por las noches y se negaba [a] usar camisas inllevables y medias cortas, era un cómico muy triste que apenas imitaba a un mono colgándose de un árbol. Con su mirada helada y gris nos contemplaba con rabia desde la eternidad, con su boca apretada, sin labios, como corresponde a la mueca del rencor del aparecido. Había días que se mezclaba con los pescadores de Las Hamacas y se embriagaba abrumado por los lugares comunes que lo hacían sentir más miserable que desconsolado”, “el mar que tenía una voz dificultosa, propensa a las ronqueras, recorría con triste voluptuosidad las cervecerías del puerto donde rumiaba como alguien vagamente conocido y temeroso los domingos cada vez más escasos de la infancia”, “el mar era un tipo extrañísimo que a veces se disfraza de operador de engranajes y otras de contrabajista”, “el mar es uno de esos tipos que tiene[n] la apariencia de haber viajado mucho, pero que en realidad sólo quieren encontrar el camino que los devuelva a casa, aunque sea por las rutas menos frecuentadas”, “el mar es un muchacho que anda con las manos en los bolsillos del pantalón, que trabaja de jardinero y fuma cigarrillos sin filtro y los fines de semana se embriaga con demasiado y desagradable sentimentalismo”, “ el mar no lee los periódicos pero le encantan las historias”, “el mar recién desembarcado del horizonte, no llevaba su ropa habitual sino que usaba un abrigo raído de viento corvo, los cabellos le caían sobre el rostro salvando una franja interminable donde el olvido cumple 33 años sin degollarse”, “el mar que juntaba sus piedritas de colores tenía como todos los desaparecidos el rostro blanco”, “el mar que tiene zapatos de charol, fragancia de jockey club y flores amarillas por nostalgia, cae, cae, cae, como los muertos cae”, “el mar que tiene el rostro blanco y la mirada de te quiero a gritos donde el día escribe imágenes usadas”, “el mar tiene ojos que escuchan en las barcas de colores”, “el mar viste su traje de calle y permanece desdeñoso y serio y mudo como cualquier olvido”, “el mar hace días que trabaja afinando sus murmullos al fondo de la casa”, “el mar había ahogado su insomnio de brasa”, “el mar industrializaba las penas con la eficacia de un millón de hormigas”, “el mar padecía de (sic) ansiedad nocturna y era mejor no preguntarle nada, aunque él –el mar de los desaparecidos– lo sabe todo”.
Luego de tanto mar han quedado conmigo un puñado de sentimientos: olvido, nostalgia, impotencia, soledad, sordidez, dolor, miedo, rencor, miseria, angustia, desamor. Sentimientos a través de imágenes con tendencia a lo misterioso y fúnebre, a lo milagrero y sobrenatural en el fondo, a lo brumoso, a lo vago en la forma. Romanticismo. El poeta utiliza sus imágenes para expresar. Las imágenes de una imagen central: el mar, el diverso mar, al que plasma en figuras poéticas diversas. Exaltación de los sentimientos. Romanticismo. Romanticismo. Romanticismo. Reacciona el poeta contra lo rígido, lo frío, lo reglado, lo cerebral. Romanticismo. El poeta privilegia lo subjetivo sobre lo objetivo, lo irracional sobre lo racional. Romanticismo. El poeta imprime sus signos particulares a sus imágenes, alejándose del verso para acercarse a la prosa, rehuyendo el énfasis declamatorio. Romanticismo. Unción natural, paladeo, sensualismo. Con estas características, el poeta busca con ahínco el paisaje como proyección espiritual propia, y en sus afanes evasivos de lo normal cotidiano se decide a dar una importancia decisiva en sus poemas al elemento sobrenatural o maravilloso. Romanticismo.
En los románticos, del choque entre lo real –tan hondamente vivido y saboreado– y lo ideal –tan ardientemente soñado–, surgen la decepción, la melancolía, la desesperación, el suicidio. Pero el poeta escribe, y eso lo salva; el poeta bebe, y eso lo salva. Porque el romanticismo es un modo de vida, un ser y estar en el mundo. Y Jeremías Marquines es un romántico. Un poeta romántico y sentimental, como acabamos de leer en sus versos, versos exultantes de una sugestión emotiva. Ni lépero y maldito, ni incendiario y obsceno. Jeremías es un romántico, un sentimental que se disfraza como “el mismísimo diablo con indumentaria de periodista y poeta”. Cualquiera que lea los textos de Jeremías en El Sur, por ejemplo, podrá leer “sus notas incendiarias”, su “tono exaltado y contundente”, como le gusta decir a Di y Mayuga. Es un crítico pasional que prefiere disfrazar sus diatribas con argumentos académicos para ocultar su rencor y su rabia, para denostar y demoler a quien se le antoje. Y no podía ser de otro modo pues una de las actividades humanas que el romanticismo revolucionó fue la política. Cito a Jeremías: “Hace unos días me encontré con este parrafillo de Antonio Machado, y en eso de las ocurrencias y el zigzagueo de que si sí o de que si no, propúseme citarlo para amenizar los oídos de los que oídos y sesos tengan, aunque también luego de leerlo se permite hacerse mensitos, ahí va: La política, señores –sigue hablando Mairena– es una actividad importantísima... Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino en último término, el desdeño de la política mala que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancias y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros. Sólo me atrevo a aconsejaros que la hagáis a cara descubierta; en el peor de los casos como máscara política, sin disfraz de otra cosa; por ejemplo de literatura, de filosofía, de religión. Porque de otro modo contribuiréis a degradar actividades tan excelentes, por lo menos como la política, de tal suerte que ya no podemos nunca entenderos. Ahora nos vamos a poner serios, ya no daremos pretextos para la moral ni el escarnio”. Por lo mismo, la crítica es una actividad central en Jeremías, quien la reconoce “como animadora de la conciencia individual y colectiva”, y hace suya la opinión de Garibay cuando dice que “en literatura hace falta cierta elementalidad, cierto mal humor o impaciencia, cierta lúcida rudeza o patanería para arremeter contra lo que no vale la pena. Hay que procurarse algunas dosis de enemistades o animadversiones; son garantía de juicio crítico y de honestidad en el mundo del espíritu”, o se acoge a los consejos de Carballo en el sentido de que “la crítica es un barril de dinamita al que hay que prender la mecha para hacer saltar los prejuicios y sacar lo que haya de verdad, es atreverse a decir las cosas más elementales de la manera más concisa”.
Ha sido tan fuerte el impulso de la política en el quehacer del poeta que ha transitado de la crítica literaria hasta la crítica política, luego de haber arremetido contra el panorama cultural del estado. Esta pasión del poeta lo ha llevado, incluso, a excederse en sus apreciaciones, como cuando habla de Heberto Padilla y su poesía conversacional o hace un inventario de los poetas infrarrealistas de La zorra vuelve a su gallinero. O cuando pide al lector de poemas que sea un teórico antes que lector, contradiciendo sus propias recomendaciones pues, como él dice, “el poema, no requiere de mayor explicación que nuestra propia capacidad de asombro para transmitirnos su carga sensible”.
Cuando se leen los textos poéticos de Jeremías no se le encuentra ni irreverente ni cínico, sino sentimental y, a veces, sensiblero. Cuando leemos los textos de Jeremías sabemos que su pose pública, la de periodista, pretende ocultar su secreto íntimo, su filiación romántica. Cuando leemos los duros pensamientos que zarpan al anochecer en barcos de hierro asistimos a una revelación: Jeremías es un poeta romántico. Hay un verso que cifra y descifra al poeta, que define su oficio: “y uno puede –a pesar del extravío– improvisar ilusiones”, escribe. Improvisa ilusiones, el improvisador de ilusiones. Descubrimos a un hombre atravesado por el amor en medio del desamor: “El precio del mucho amor es la espuma”, escribe; y en esta imagen se develan el sentimiento y su metáfora, el amor y el mar. “El mar saqueado por poetas con pensamientos de mujeres”, ha de agregar Jeremías para mejor redondearse. Después de leer estos versos descubrimos al poeta, a Jeremías Marquines, romántico de clóset.
Canta Pavarotti, mirando a Caruso que mira el mar de Sorrento, sobre el poder de las canciones en donde el drama es falso, sobre el poder de un artista para inventar pasión. Y piensa Caruso que todo se esfuma como la blanca espuma, mientras mira a los sueños cual barcos que se van, “mientras alguien como yo fingía profundas soledades”.

[Texto escrito y leído para presentar el libro de Jeremías Marquines, en 1999, en Chilpancingo, en un acto organizado por La Tarántula Dormida]

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