El autobús no viene. Ya es tarde. Nunca es tarde para levantarse después de caído. Mejor me voy en el pesero. ¡Ese chofer!, tenga pa' sus tunas; aquí tiene sus cincuenta centavotes. ¿Me siento con ese buey o con esa niña? Mejor con ella. Va leyendo y tal vez es inteligente y tal vez la puedo impresionar. Güerita, velludita. ¿Oogénesis? ¿Tendrá algo que ver con la oósmosis? Sepa Dios y la Virgen del Pesero. Hace un calor como de playa encerrada, afrodisíaco, y su menudo codo en mis costillas me gusta, me calienta. Siento su cuerpo vibrar cerca de mí. Qué chingón que ella me toque con su codito, que lo oprima y lo entierre en mis costillas receptoras. Me estoy enchinando. Desde la cabeza hasta el tronco. Su pierna está junto a la mía y no se despega; ambas siguen el vaivén del vehículo. El lento discurrir del tráfico es sugestivo. Bendito tráfico cachondo, demórate, aléntate, que el tiempo sobra. Qué preciosa lentitud nos hamaca, nos hace hermanos de placer, deudos del cuerpo. ¡Ay, qué lírico estoy! ¿Oogénesis? Reproducción femenina y otras cosas que no interesan más que a los interesados en la materia. Lo que importa es que ella siga tallando su cuerpecito contra el mío. Y qué sabiduría de movimientos, ella, tan joven. Para el amor no hay edades. !Ay!, que se me para. Me atrevo a mirarla de reojo, por no hacerlo con una total desconocida: delicada naricilla, labios húmedos, rubios ojos aparentemente concentrados en la teoría de la reproducción femenina. Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero yo siento cómo le palpita el corazón porque su codito delicioso se talla casi imperceptible y muy maravillosamente contra mis costillas agradecidas y dichosas y siento cómo le golpea la sangre por todas sus venas, cómo le irriga cada partecita suya, cómo le palpita su apretada cosita, como si fuera una frutita de carne viva abierta, su apretada cosita de carmín encendida, se abre, se cierra cómo una boquita que dice mi nombre en silencio. Quiero en tus piernas abiertas buscar mi camino, y que te sientas mujer solamente conmigo. Qué lento y delicioso tráfico. Apenas nos movemos. El sol ya está frío, su calor no cala. Ahora vienen unos cancioneros y cantan exactamente frente a nosotros, los del idilio salvaje, los enamorados nuevos. Ella cierra su oogenético libro y apenas me roza. Beso o roce. Y cantan. Estoy excitado, soy una gran verga parada que se alimenta del roce de su codito en mis costillas y de la apretura de su pierna amable. La canción nos concentra, nos expande; nos distiende. El tráfico se detiene. Ella se aleja de mí, cruelmente me abandona. ¡Ay de mí! Falsa alarma. Ahora, con el pretexto de buscar la bolsa que lleva colgada a través del cuerpo, se mueve agitadamente y con armonía, como si fuese a orgasmear y me lude, me labra; punzo, me azuzo. Pincho, espuela, aguijón, espina. Me elevo, mas me contengo; primero las damas. Se quita la bolsa, se saca el suéter, se vuelve a colocar la bolsa, se acomoda el suéter sobre las piernas, saca algunas monedas. Movimientos que van y vienen, me rozan y estrujan, me acarician y sacuden... Ya viene, ya viene... Preciosita niña oogenética... Mirá qué movimiento de la cadera hasta los pies... Así... Me gusta así, así, así, así, como una cosa santa... ¡Oh, dichosa costilla!... ¡Oh, cuerpo concentrado!... Se acerca... El final se acerca ya, lo esperaré serenamente... Acelera un poco... Detén un poco... Tanto no... No te vayas... ¡Ven!... Sigue... ¡Anda, putilla del rubor helado!.. No... No... ¿Por qué te alejas y me dejas con la cosa endurecida? Se ha alejado y se ha alojado en un rincón del asiento, abismalmente lejos de mí. De nuevo otra vez, la misma táctica: medir la lejanía repentina para arremeter con sorpresa y concluir, para llevarme en un viaje hasta la cima del orgasmo después de haber alargado el tiempo de encumbramiento, esa mínima agonía placentera. Apresúrate porque luego de este segundo ya nada tiene sentido; ya no tiene sentido la cercanía, el roce, el escarceo, el codo encajado en las costillas anhelantes, la pierna atada a la pierna desamparada. Le miro el rostro para suplicar piedad y un Programa del Amante Digno en Solidaridad, mas los ojos no me miran y luego me envían una repentina mirada destellante, como dos puñales de hoja damasquina que miraran mi alma. ¡Ay! Por fin se acerca, el roce se activa, el contacto se traba. Mas no, no puede ser posible. Yo sé que es imposible que me quieras, que mi amor para ti fue pasajero. Sólo se acercó para dar una monedita, con lo que guste usté ayudar, gracias, a uno de los monos cantores, pervertidores de la sibilina cancioncica tedoyunacanciónconestasmanosconlasmismasdematar. Y el tráfico se desespera y se moviliza desordenadamente. El sol cala y lastima. Lástima que no traje bronceador, o cuando menos aceite de coco y yodo, que algún provecho debo sacar en claro aunque quede oscuro. Y se aleja de nuevo, se establece en su rincón asentario. ¡Ay mi amor!, sin ti mi asiento es ancho. Y me deja colgado de la brocha, con la brocha remojada, en mitad del camino hacia un caluroso orgasmo a la salud de la Oogenética. No me voy, me caigo. Traicionado. El que pierde una mujer no sabe lo que gana. Completo pero inconcluso. Cargado pero con ganas. Lleno pero vacío. La vida no vale nada. La miro, le suplico. Si una mirada te pido con temor, casi con miedo, si porque ante ti me quedo estático de emoción... Reabre su oogenético y perverso libro y se clava en su rollo. Y a mí ya me dejó clavado. La espío a profundidad y noto un brillo despiadado y burlón, indiferente o desentendido. El codo se encaja en las costillas, la pierna presiona aventándome del asiento. El pesero acelera porque el tráfico se despereza. Se me encogen las ganas hasta guardarse. Machete tente en tu vaina. Intento sacar El Kamasutra ilustrado por ver si la impresiono con sus láminas incitantes, para ver si rescato algo del naufragio, mas cuando bolseo mi bolsa aparece el Eje 8 y tengo que acomodarme para descender. Ya me voy porque tú ya no me quieres, y me voy para nunca más volver. Me levanto y ella se esponja, se apodera del asiento, saca un cigarrillo y lo enciende. Amor, no fumes en la cama. Bajan, chofer! Ya no quiero venirme porque ya llegué. Detente chofer, aquí me bajo, hasta aquí pagué y no quiero otra cosa que llegar a mi casita donde me espera mi madrecita santa para darme sus consejos, que aunque no los sigo sí los oigo, como aquél que dice: no te enamores de la que haga todo a medias ni aprecies a la que termine antes.
Marzo de 1995
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