jueves, 28 de abril de 2011

Hermenéutica segunda para leer Brillas linda, y sin música







Para Chebo, que ni se la aprende

El nene Bertín Gómez acicala la voz para fingirse hombre femenino en llanto por amor por una amada que no es ella sino la luna, la que salió como la niña honrada, la que tenían por doncella, al filo ‘e la media noche, y no precisamente a contar las estrellas, que cuando ella aparece aquellas palidecen porque ésta sí que es soberana y suprema de hermosidad en el firmamento oscuro como negra, y como seda oscura, café y cacao tostados, es la piel. La argucia del Bertín nene tiene base en su decir y en su callarse: es ambiguo ese discurso, y le da al escucha lo que ya tiene, lo que es de él y suyo de por sí, lo hace escuchar lo que lo quiere, y se acompleta astutamente lo dicho y lo callado. Ese es el pedo del arte, amigo Jaime Icnacio: el arte es engaño, ilusión, mentira descarada, pacto entre quien hace y quien rehace a partir de lo que escucha u observa para aprender a mirar la vida de soslayo (el modo verdadero de mirarla). Y funciona porque se es fiel a ese pacto.

El acordeón se hace acompañar del bajo, en un solo golpe o en un golpe unísono, para luego dejar meterse a las campánulas que esparcen su efecto de romanticismo invasivo, hasta empotrar su vibración con la del güiro; entonces, cinco segundos después, la música inicia. Y la voz romántica introductoria es la del acordeón, el de las teclas falseadas, vibradas, para mejor anticipar la voz que remedan, la del nene Bertín, el que falsea la “r”. Se ha de agregar la imprescindible tarola y su cencerro, además de la tenue de las congas o parches. La guitarra sí que es imperceptible, más bien, está escondida, es más tenue que tenue, es como si no importara, ¿de acústica que es?. Y todo se acomoda para la voz del nene: La canción bonita para ti/ es que esta noche brillas linda. Y el primer truco es la voz que acentúa “la cáncion” y no “la canción” para mejor someter la letra a la música, o cuando frasea “zzzoñar” por “soñar”, pero a nadie le importa porque el enamorado y la enamorada aceptan lo extraordinario como normal aunque chafa, de eso hacen su pan y su chocolate, su cordura y su locura. Tampoco importa el sentido, sino la esencia de lo dicho: “bonita”, “la canción”, y “linda”, la amada, y brillante, y él lo canta porque sabe que así funciona, y ella se lo cree porque así lo desea. Me inspiras mi amor, naces en mí. Bien por la primera frase: ello lo inspira. ¿Y la segunda? ¿Ella nace en él? Sinsentido del decir, pero bien entendido para el querer: ella nace en él, se hace una con él, como pretende el amor: el yo soy tú y tú eres yo y los dos somos tú y yo warlussiano. Miro tus ojitos, brilla tu carita. Y aquí se le cae la careta, al falso cantante de dos pesos, al nene Bertín: además de dislocar el sonido de las palabras se notan falsos sus diminutivos: tus ojitos, tu carita. Pregunta tonta: ¿Brilla su carita, de la nene ella que es?, ¿se ilumina, se le enciende o le dio la luz del foco discursivo? De igual modo, ¿a quién le importa, si él la mira a los ojos, como ella desea que la miren, a pesar de los diminutivos falsos o de lo ingenuo que parecen? Esta noche hace frío y tú me das calor. Este salto tramposo sí que me gusta, y sirve para purgar emociones: se sale por la tangente al hacernos notar que la noche es fría, el nene Bertín, acudiendo a los eternos opuestos frío/calor [léase: desamor/amor, muerte/vida, etc.] para resaltar la necesidad de él por ella: tú me das calor, me salvas del frío, me das vida, me amas, etc. Si tiembla tu boquita, te beso mi amor. Otra pregunta tonta: ¿Y si no tiembla su boquita, no la beso? ¡A quién le importa!, lector desamorado, porque tanto si sí como si no, para el caso es lo mismo: el pacto ya se estableció y se aceptan hasta las incoherencias. Ya que te estoy abrazando no te quiero soltar. ¡Qué perro! ¡Yo que él no la quiero soltar desde antes de abrazarla! Pero es el deseo, el eterno mientras dura, y el nene Bertín no desea, sólo canta. Hoy que ya te besé no te dejaré de soñar. Y vuelve a entramparla: tus besos son tan chingones que me provocarán bonitos sueños. No me río porque esto es serio, pero esos versos podrían decir que no la dejará de amar, no dejaré de cogérmela; sin embargo, él se escabulle, no se compromete, no quiere vivir con ella, codo a codo, piel a piel, todos los días, pedo a pedo, sino sólo tenerla lejos, apuntalada en el recuerdo, amándola como a un objeto, por eso prefiere soñarla antes que cogérsela todos los días o todas las noches o sepa la chingada cuándo y cómo, como haría cualquier enamorado sin sesos de cordura y cuerdo de amor. ¿O no, amigo Jaime Icnacio? ¿Qué más pacto que ése, el del amor, antes que el del arte?

A mis noches obscuras ya pusiste luz. Ni que fueras la Comisión, responde un pendejo dentro de mí. Y ahora sí se delató: “obscuras”, dijo el nene, diccionó, recitó: “obscuras”, correcto, el cantante que remeda un estilo chando, de monte, el de su padre, el del bolero costeño, el criollo de criollidad, el de la supuesta habla rústica. Físico salió el nene Bertín. Pero no me importa si a nadie le importa, porque todos queremos luz de luna, aunque sea para una de nuestras noches tristes. La canción bonita es que brillas linda. Y dale, que le das porque ella quiere que le des, aunque le des mal. [Bri]’llas aquí en mi pecho, en mi mente también. Ahora se suman el pecho y la mente, el corazón y el cerebro, el sentimiento y el pensamiento, desde donde se percibe que ella sigue brillando. Con mucho bien, de cierto, llegaste a mi vida. Y ahora viene lo bueno, anuncia el nene Bertín: eres buena, tu amor es del bueno, es un bien, como si al amor le importara comportarse de acuerdo a la moral, ser bueno: el amor es amoral, inmoral o antimoral, le vale berga todo, todo manda a la chigada, por eso se puede notar tu inmoralidad, traidor Bertín, porque no sientes lo que cantas aunque lo finges y lo fintes para mejor vender, porque en cosas del amor no existe lo bueno ni lo malo sino lo placentero, el ahora yo soy tú y tú eres mí, a ciegas, sin recato, sin mesura, valiendo berga, repito, el ahora o nunca, el todo o nada. El amor es ilusión verdadera, engaño cierto, falsedad real. ¿O no, amigo Jimmy Love?

Y repite, como si ella no lo supiera ya: Esta noche hace frío y tú me das calor. Si tiembla tu boquita, te abrazo mi amor. Esta canción bonita sólo es para ti, sólo es un poquitito de lo que haces sentir a mi corazón. Lambiscón, el nene Bertín, como el amor: finge modestia porque ya la canción es grande e inmensa en quien así lo decidió, y decirle que es sólo un poquito es astucia y argucia, es botarse al suelo para que lo recojan a uno, en todos los sentidos, sobre todo porque quien va al auxilio es ella, la recogedora. Brillas linda, tú, lo más bonito de toda mi vida. Y para mi corazón brillas linda, se me cae lo malo y es tu culpa mi vida. Más allá del discurso amatorio, que se siembra en terreno fértil, la falsedad del nene Bertín se deja ver porque él quiere que se note: ella es el bien que se lleva al mal. Ahora sí, maestro Jaime Icnacio, estamos en tierra de pacatos, lo concedo: el amor es malo por ser mal consejero, pero el nene Bertín nos aconseja otra cosa: ella, la amada, la provocadora y depositaria del amor, es buena, y parece que el cantante recomienda amor de palabras, de imágenes, de verbo, que ha de ser chingón, pero censura el de carne, el de sudor, el de líquidos cálidos, el de lenguas trenzadas, el de verdad, por el cual hasta vale la pena intentar invocar a Hermes y descifrar los sentidos ocultos y no tan ocultos. Pero éste es el principio, solamente colocado en este final.

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