martes, 30 de agosto de 2011

De lo popular de la poesía popular

Carta a Paul Medrano [para leerse con música de Juan Grabiel]

El escritor nunca sabe lo que va a pasar con su texto;

el poeta siempre está expuesto a los lectores y a la crítica,

pero debe ser así,

porque la poesía no existe sin el interlocutor.

Eduardo Lizalde

(multipremiado poeta impopular)

Si tuviese que nombrar a un poeta popular de los de ahorita nombraría al michoacano Alberto Aguilera Valadez, muchos de cuyos versos embonan a la perfección con los sufrimientos y dolores sentimentales de unos dos o tres chingos o más kilos de mexicanos y de paisanos de lengua e idioma, de éste y de todos los continentes que los contienen. Alberto es heredero de otros poetas cuyos versos también fueron degustados de boca en boca y utilizados para calentarle los oídos a muchas mujeres que decidieron darlas, ya recalentadas, después o en el momento de escucharlos en voces, las muchas veces, impostadas; me refiero a poetas populares como el nayarita Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz o el excelso cosmopolita Félix Rubén García Sarmiento, nativo de Nicaragua. Los tres comparten una relevancia social mayor que la de otros poetas considerados importantes para ese ente no determinado llamado presuntuosamente poesía española, como Neftalí Ricardo Reyes Basoalto y su Residencia en la Tierra, Vicente García-Huidobro Fernández y su Altazor, César Abraham Vallejo Mendoza y su Trilce, Luis Carlos López Escauriaza y sus De mi Villorio y Posturas Difíciles, o José Julián Martí y Pérez con su Versos Libres; en contraste, de los tres, sólo la obra del último tiene tanta importancia como relevancia social, es decir, equilibra ambos, lo que resulta envidiable para cualquiera que pergeñe versos.

Y más allá de que Jaime Sabines no me gusta -por políticamente correcto y mal poeta, excepto por tres o cuatro poemillas y poemotas-, sé que es un escritor muy leído, sobre todo por los chilangos, pero no podría sumar ni la nanécima parte de escuchas o lectores que tuvieron y tienen los tres mencionados primero. Aunque, ya hablando de poetas cercanos, por los muchos premios recibidos, e internacionales que sean, y por las tantas publicaciones de sus librillos, entre nosotros ni siquiera Eresmía Marquines puede jactarse de ser poeta popular, es decir, su relevancia social es nula o escasa, es un poeta para poetas, pues, como dice que le disgusta ser. Según el no tan joven poeta novel Paulo Del Capomo en Flor, Marquines escribió: “Tal vez podríamos regresarle un poco del glamour de la vida a la gente que, ante la falta de poesía, lee otra cosa. Creo que eso es lo que hace falta. Los poetas, parece, están en su nube de Gokú, escriben para otros poetas, buscan agradarle a tal o cual fulano, especializarse en el verso abstracto, el verso transitivo, el verso fuchi fuchi. La poesía es popular, así nació y así debe ser. Hay que regresarle su sentido original, su utilidad”, y que por ello habría que propinarle una tremenda fellatio en agradecimiento a tanta luminosidad intelectiva o algo así. Por cierto, creo que, de Marquines, ni su propia mujer ha leído, aunque sea en defensa propia, sus libros más de tres veces, ni siquiera uno; y anoto esto para fundar mi juicio de que aunque pueda parecer un poeta importante, su relevancia social es menos cero, incluso en su universo íntimo.

Yo sospecho que las gentes no son tan pendejas -los pobres, pues-, ni apenitas lo son: leen y escuchan y miran lo que les da placer, les confiere significado a su existencia y les sirve para constatar que sienten, aman, piensan y son, y que se parecen a otros seres, con quienes se identifican a través de los versos aunque no puedan, no sepan o no quieran escribirlos, más allá de los glamures habidos y por habérseles. Es decir, por muy pobre que sea un iletrado o por muy iletrado que sea un pobre, siempre encuentra versos que agenciarse, sepa leer o no, o aunque solamente lea El Libro Vaquero o Lágrimas y Risas o la Biblia de los masones. Por otro lado, no sé si la poesía nació siendo popular, sospecho que no, pero, más allá de esa genealogía imprecisa, creo que no debiera utilizarse un concepto social para calificar a la poesía o, al menos, esa calificación debiera hacerse con tiento y no a tentadillas.

Decir que algo es popular es proponer que pertenece o se refiere a una clase social: los pobres, pero la poesía (de Ronaldito o de José Alfredo, qué más da) no es un asunto de pobres ni de ricos sino de lectores y/o espectadores y/o escuchas y/o et all (retomando la idea de que la poesía no sólo se manifiesta a través de versos). O como sugiere un teórico español, en este sentido, el clímax de la poesía es su relevancia social, es decir, qué versos o poemas o libros o creaturas artísticas (por ludir extendido el abanico) son leídos, escuchados, espectados, contemplados, dichos, mencionados, impresos, publicados, reproducidos, etc., por qué y por cuántos grupos humanos y de qué tamaño. O sea: entre más eventos propicie un poema, mayor será su relevancia social, así sea que esos eventos ocurran entre ricos, clasemedieros o pobres (por usar una figura triangular), o janseítas. Así, el poemario más relevante es la Biblia, aunque algún lector reaccionario piense que qué chingaos es eso de la poesía ante esta afirmación.

Lo cierto es que tampoco es la poesía un asunto de democracia, o para todos, o un bien público. Un bien público, casi casi, o unos versos para todos, aunque no hayan sido escritos democráticamente, son muchos de los creados por Alberto El Michoacano (y anoto sólo unos de mi preferencia, influido por mi momentáneo talante sentimental): en este mundo nadie es indispensable o …soy insensible a heridas de amor,/ jamás exclamo un ay de dolor, donde se encuentran un lenguaje depurado y una gran significación semántica del sentido inmanente en su interior, logrando que signo y significado simbioticen de modo perfecto su fondo y forma, y que forma y fondo interactúen tanto en lo profundo como en lo inmediato para condensarse en un poderoso logos de significado y signo universales, además de sintetizarse formidablemente la filosofía budista en estos dos últimos, o la soberbia de un cabrón que de lengua se muerde un plato con tal de no delatar su adolorido amor despreciado. O, ya de plano, los cuasi universales y yo trato de olvidarte,/ vida, quiero olvidarte,/ y yo no sé cómo te olvido, hermanos carnales y sentimentales del yo no lo sé de cierto,/ lo supongo del jodido chiapaneco.

Pero ya excedí los mil caracteres que impone el editor para un textículo tan sin relevancia social, aunque seguir escarbando en este tema sea un inenarrable placer doméstico del tipo de los masturbatorios, y mejor me detengo aunque aquí me alcance, no sea que caiga de su gracia y me inmerja en mi desgracia. Por cierto, yo sí soy poeta y no me da pena. Y para constatarlo escribo aunque sea malos poemas que ni apenas leo, los que nadie espera para darle caché a su memoria RAM, por si a alguien le interesa.

Posdata: Estimado Paolo, no pude leer tus poemas en línea por no tener la tecnología necesaria ni el tiempo de ocio requerido para ello. Espero y confío en hacerlo antes de que El Ángel de Guerrero termine de exterminar el analfabetismo de los más de trescientos mil renuentes que pululan, los iletrados, excluidos de la dichosa futurística poesía cibernética. Entre tanto, le rezo a San Vito Poeta para que detenga el tiempo y me lo dé, tiempo, y dineros, para que me ponga a tono, yo, lector irredomado, con la nuevas tendencias difusionistas de la poesía a través de la popular Internet (con el tan popular código QR y toda la cosa) y no quedar al margen de tan popular placer doméstico. Reciba mis saludos contextuales, y mi aprecio. Por cierto, dice uno que no me acuerdo cómo se da en llamar que vale la pena hacerle caso al cuento y no al cuentista.

Aviso al lector despistado: http://revistareplicante.com/literatura/poesia/poesia-en-tiempos-del-smartphone/.

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